jueves, 21 de febrero de 2013

“Uno escribe para una inmensa minoría”

Una parte de esta entrevista fue publicada en El Comercio el 28/12/2012

Entrevista:
Alberto Salcedo Ramos, escritor y periodista


El tiempo ha secuestrado las horas de Alberto Salcedo Ramos. En esta fresca noche de noviembre en Bogotá el teléfono celular del maestro de la crónica colombiana no ha dejado de sonar: debe entregar su columna semanal para El Colombiano, avanzar con otros textos, reunirse con ex talleristas de la Fundación de Nuevo Periodismo, pagar algunas cuentas, preparar su maleta para Medellín, finiquitar unos asuntos sobre la película basada en su libro “El oro y la oscuridad, la vida gloriosa y trágica de Kid Pambelé”, y debe, además, cumplir una tarea doméstica que lo estresa: ir al supermercado.
El escritor aficionado al boxeo lucha contra el tiempo.
Hincha del Junior de Barranquilla, admirador de Julio Ramón Ribeiro y Sofocleto. Salcedo Ramos escribe desde niño, cuando vivía en San Estanislao, un nostálgico pueblo de Barranquilla. En sus historias de “La Eterna Parrada” (una selección de sus mejores crónicas desde 1997 hasta el 2011) uno redescubre Colombia, se enternece con sus personajes, canta sus vallenatos y entiende cómo siempre, pese al dolor, habrá espacio para el humor. De él Jon Lee Anderson ha dicho que conoce a Colombia desde las entrañas. El cronista sospecha que escribe por eso que dijo Sofocleto: “porque quiere hablar sin que lo interrumpan”.
¿Cómo defines las historias de tu libro “La Eterna Parranda”?
Las defino como una manera de reconocerse en una geografía típicamente colombiana y, desde luego, típicamente latinoamericana. Abrir “La Eterna Parranda” es empezar un viaje. También veo esas historias como producto del periodismo que quiero hacer, uno en el que pueda obtener una visión profunda de la realidad y no esa mirada turística que a menudo se logra desde el trajín afanado de los diarios.

Eres un aficionado al boxeo. Has escrito un libro sobre Kid Pambelé y narras la historia de Rocky Valdez en “La Eterna Parranda”. ¿Qué te atrae de este deporte?
Tengo algo bárbaro y por eso desde la infancia disfruto viendo a dos tipos moliéndose la osamenta a puñetazos. Como cronista también me atraen las peleas y todo lo que hay en ese universo: la vida de los boxeadores, las historias que protagonizan. Las derrotas en los deportes de conjunto son más piadosas porque se pueden repartir. En el boxeo no se dice “perdimos” sino “perdí”, y por eso la derrota en el boxeo es más conmovedora.
¿Cómo vez a la crónica en este tiempo que parece celebrar tanto la inmediatez y el bombardeo noticioso?
Yo no tengo una visión mesiánica de la crónica, pero sí creo que es un género que contribuye a potenciar la información en estos tiempos en que la gente no lee prensa para enterarse sino para ir más allá: para comprender, para viajar hacia el fondo. Convertir la información en relato es una forma de volverla perdurable.
Vargas Llosa habla de una civilización del espectáculo, del avance de una literatura ligth. ¿Crees que asistimos también a una frivolización del lector?
En Colombia había una emisora cultural que tenía un lema precioso: ‘la emisora de la inmensa minoría’. Ese lema me gusta por muchas razones: porque le recuerda a uno que trabaja para una minoría, porque establece que esa minoría, después de todo, es inmensa, y porque aunque se trate de una minoría tiene derechos. El lector promedio de hoy está influenciado por la dictadura del zapping que aprendió en la televisión, y por eso se ha vuelto impaciente. No lee sino que picotea en un lado y en el otro.
Son lectores cada vez más inconstantes…
Cuando yo era niño, ahora tengo 49 años, tenía un televisor en blanco y negro y no existía el control remoto. Aprendíamos a disfrutar de lo que había. Los muchachos de ahora, sin embargo, tienen un umbral de tolerancia muy limitado. Empiezan a ver un programa y si en 10 segundos no han visto algo que los enganche cambian de canal. Esa impaciencia se trasladó a los lectores, y también a Internet. Yo conozco personas que abren 8 o 9 ventanas al mismo tiempo. En una leen un artículo, en otra escriben, y en la otra están chateando. De pronto, se levantan y es el vacío total, porque no escribieron bien, ni hablaron bien, ni leyeron bien.
"Hoy en día, como dijo Gay Talese en una entrevista, ciertos periodistas jóvenes creen equivocadamente que para ver el mundo tienen que hacer click. Y no, hay que salir más a la calle, hay que sacar al periodismo de las oficinas oficiales".
 
Hablamos de historias de profundidad, pero hay una creciente demanda de los lectores por el entretenimiento…
Te voy a decir algo con mucha franqueza: yo no pienso en los lectores. Me parece que pensar en los lectores hace que uno se vuelva a veces mercenario e hipócrita. Cuando uno empieza escribir se encuentra con editores que quieren llevarlo a empobrecer el lenguaje para tener una mayor resonancia entre todos los públicos. Pero a mí eso no me interesa.
Escribir es un acto egoísta.
Claro que sí. El punto de partida de un escritor es el siguiente: aquí se va a contar una historia, y el que va la contar soy yo, tú quédate quieto porque a ti te tocó leerla. Es un discurso unilateral: yo cuento, tú lees. Por eso los escritores suelen tener unos egos colosales, monumentales.
Pero todos queremos que nos lean.
Claro. Y vuelvo a esa frase de Sofocleto: “Escribimos para hablar sin que nos interrumpan”. Contar historias es un ejercicio de paciencia. Compromete toda tu atención. La realidad es una dama esquiva que solo le hace un guiño a quienes la cortejan pacientemente.
Eres un usuario muy activo de facebook y twitter. ¿Cómo entiendes a las redes sociales, podrían ser un nuevo formato para contar historias?
Yo utilizo las redes para divulgar asuntos relacionados con mi trabajo, no para narrar historias. Respeto a quienes lo hagan, pero no es lo mío. No me mido por lo que hago en twitter, pero creo que es una herramienta que me permite estar cerca de mis lectores. Lo que noto es que los muchachos de ahora escriben y a la vez están en twitter, por eso no se concentran. Las redes sociales le sacan a uno la frivolidad y la vanidad. Le sacan a uno lo peor que uno tiene. Hay mucho exhibicionismo en las redes.
¿Tuiteas o posteas mientras escribes?
No, nunca. Yo le brindo a mi trabajo todos mis sentidos. Cuando escribo no escucho ni música.

"Lo que noto es que los muchachos de ahora escriben y a la vez están en twitter, por eso no se concentran".
Leí en una entrevista que jamás escribes en la cama, ni con pantuflas, ni en pijama.
Yo escribo así (Salcedo viste un pantalón, botines, camisa y saco), no lo hago en chancletas, ni en pijama, ni con pantuflas. Puedo responder mis correos en chancleta, pero escribir no. Las chancletas y pantuflas están bien para descansar, pero no para producir; para trabajar están los zapatos. Por eso tampoco escribo en la cama, la cama se ha hecho para dormir. Yo leo en una mecedora y solo prendo la televisión para dormir. Victoria de Sicca decía que la televisión es el único somnífero que se toma por los ojos.

¿No crees que a veces algunas buenas historias se pierden porque priorizan más la forma que el contenido?
Es un riesgo sí. A mí me molesta el culto de la forma cuando se desatiende el fondo, pero no creo que sean incompatibles. Tampoco creo que uno deba desatender la forma por priorizar el fondo. Yo creo que uno cuenta su historia y procura contarla de la mejor manera. Los géneros son complementarios. La visión macro del reportaje se combina con la visión micro de la crónica.
¿Cómo ves a los diarios impresos frente al avance digital?
Hubo un tiempo en el que la gente llevaba con orgullo su periódico, era como un escudo, como un símbolo de prestigio intelectual. Eso se ha ido perdiendo porque ahora muchos leen en la web. Por eso creo que los diarios deberían reafirmarse en su lenguaje, en la profundidad. No deben tratar de parecerse a la televisión o la radio o internet. El reto no es informar. Ahora te informas en la web, en twitter. El reto es ir más allá. Tener contenidos propios, yo creo que en la autopista virtual hay muchas historias que no están apareciendo y es porque los periodistas no las están buscando. Hoy en día, como dijo Gay Talese en una entrevista, ciertos periodistas jóvenes creen equivocadamente que para ver el mundo tienen que hacer click. Y no, hay que salir más a la calle, hay que sacar al periodismo de las oficinas oficiales. Lo que me molesta del periodismo diario no es la velocidad, sino esa forma que algunos tienen de entender el periodismo como un apéndice de los boletines de prensa de los funcionarios públicos. Menos sala de redacción y más calle.

El retorno de los Negritos de Huayán

Ancash.-
(Artículo publicado en El Comercio 06/01/2009)

A primera vista, Huayán es un pequeño pueblo sumergido en medio de esos inhóspitos cerros que forman la Cordillera Negra. Una vez allí surge un escenario bucólico donde la gente se acuesta a las siete de la noche y el tiempo todavía se calcula por la luz del sol. En sus casas de adobe remojadas por las lluvias de diciembre prevalece el vacío de los hijos que se fueron, que se van. Aquí, en Navidad, los silencios vespertinos son apenas quebrados por el rebuzno de una mula hambrienta o la explosión de algún cohete.






Todas las terceras semanas de diciembre, atraídos por las celebraciones de Navidad, decenas de familias llegan desde Lima (todos son primos o sobrinos en esta pequeña tierra) y todos ellos, solo por esos días, estarán enfrentados en una tradicional disputa que dividirá a los barrios de Arriba, de los de  Abajo. La línea divisoria es la Plaza de Armas. Los visitantes de Huayán no dejamos de sentir esa tranquilidad que solo la tierra de nuestros padres puede ofrecer. En medio de esa multitud siempre será posible encontrar el alivio tan esquivo de la capital.


Foto: Giancarlo Shibayama

Barrio arriba y barrio abajo
La Navidad de Huayán es un vaivén de sentimientos sublevados. Durante seis días -entre el 23 y el 26 de diciembre- el pueblo se quiebra en dos. En estas fechas los barrios de Arriba y Abajo se disputan con vehemencia el control de las celebraciones. ¿Quién llevará la mejor orquesta, la mejor barra, los mejores espectáculos artísticos? Y sobre todo, ¿quién lucirá a los mejores negritos, los danzantes protagonistas de la fiesta?


Foto: Giancarlo Shibayama

Ellos son la alegoría de los esclavos negros traídos por los españoles rindiéndole homenaje al niño Jesús. Recorren las calles de sus respectivos barrios cantándoles a los pobladores. Sobre un impecable terno llevan bandas bordadas con monedas plateadas, sombreros cargados de flores y una campanilla con la que anuncian las buenas noticias. Compiten por llegar temprano a la iglesia y llevar al Niño en procesión. Estas disputas suelen terminar en memorables grescas cuando ambos barrios se 'chocan' en alguna de las cuatro esquinas de la plaza. Las frases y los insultos vienen. Las campanillas y los golpes, también. El alcohol pone lo suyo. El furor colectivo, el resto.

Foto: Giancarlo Shibayama

¿Qué hace que cada año los residentes en Lima, Huaraz o Chimbote retornen a Huayán para continuar con este ritual? Asumimos que dos cosas: la infranqueable devoción por el Niño Jesús y el arraigo por la tierra donde nacieron. Don 'Olli', Orestes Rodríguez, uno de los más longevos danzantes, así lo cree. Baila desde 1935, cuando tenía 14 años. Y continuará bailando "hasta que ya no pueda más", dice, recordando cómo con el tiempo ciertas costumbres han ido variando. "Antes los negritos aportaban económicamente para la organización de la fiesta, ahora no es así".

 Foto: Giancarlo Shibayama

Durante los últimos años, son los mismos procuradores (organizadores de la celebración) los que asumen los gastos. Los pasacalles ahora se llenan de globos rojos y verdes, alguna muchacha de viste de Mamá Noela, otro de Papá Noel. Se regalan caramelos en lugar de frutas. Para el rechazo de algunos ("están alterando nuestras costumbres") o el beneplácito de otros ("la fiesta es más colorida"), cada año se incorporan nuevos elementos. Los lentes de sol han reemplazado a las máscaras negras de los danzantes.


Foto: Giancarlo Shibayama

Hay caprichos naturales, sin embargo, que se mantienen inamovibles: la lluvia del 26 de diciembre, el día de la competencia final, el día en el que cada barrio muestra lo mejor de su repertorio. Los negritos esperan con fe que este día todos se mojen. Puede que los días anteriores haya hecho mucho calor pero el 26 siempre llueve. El barro de las calles sin asfaltar y el de la pampa donde se libra la competencia se tornan una mazamorra marrón. Los negros remojan sus zapatos, se revuelcan.

Un largo camino
Para llegar a Huayán es necesario burlar la formalidad y tragar polvo. No existe en Lima empresa de transporte autorizada que vaya hacia allá. Es necesario tomar un ómnibus a Chimbote y bajar en ese improvisado terminal que tiene la provincia ancashina de Huarmey. En lo que sigue no hay espacio para la espontaneidad. Hay que dirigirse en mototaxi al paradero de donde parten los carros con dirección a 'la quebrada'. Y esperar. Los únicos vehículos que recorren esa zona son unos viejos ómnibus tipo coaster, con plásticos en las ventanas en lugar de vidrios, asientos maltratados y choferes legañosos de rostros tan agotados como esas llantas que amenazan reventarse. Los horarios de partida dependen de la cantidad de pasajeros, también la carga, que se amontona sin remordimientos sobre el techo.



La carretera de Huarmey hacia Huayán es más imaginaria que real. Una traumática trocha que en tan solo 85 kilómetros trepa 2.700 metros sobre el nivel del mar. La dificultad hace que el carro no avance a más de 25 kilómetros por hora. En pleno viaje, como esos taxistas que cuentan sus anécdotas durante el trayecto, los choferes que recorren esta ruta recuerdan en cada curva las veces en las que algunos de sus compañeros cayeron por esos precipicios de piedra y hierba seca. "En las tardes, en ciertas zonas, se escuchan algunos lamentos", dicen los pasajeros.


El asfaltado de esta carretera es uno de los sueños rotos de Huayán. Una visita al cementerio resume cada uno de sus muertos: los viejos mueren de enfermedades imposibles de atender en una zona tan distante de la ciudad y los jóvenes mueren de 'accidentes'. Ni Tolerancia Cero ni media tolerancia en esta trocha que atraviesa por lo menos una docena de poblados.

Lo arriesgado del viaje hace doblemente gratificante la llegada de los seres queridos. De cada coaster bajan entre 28 y 35 personas. Para Navidad, por lo menos quince de estos carros llegan con visitantes. Solo por estos días la población de Huayán se duplica.



Se hizo la luz... Mi abuelo 'Shoshi' vive en Huayán hace 93 años. Odia Lima porque huele feo, los autos lo aturden y el clima lo enferma. Conoció la luz eléctrica a los ochenta años, cuando los postes de luz se instalaron por primera vez. Con la electricidad llegó la televisión y su fantasía. Muchas leyendas y mitos fueron derribados. El diablo dejó de aparecerse en esos caminos cubiertos de espesa niebla y los hombres de la selva ya no eran imágenes estereotipadas (don 'Shoshi' los llamaba 'chunchos') sino solo personas distintas. Ahora podían verlos en la tele. Descubrieron la existencia de esas otras nuevas y lejanas culturas. Aprendieron a ver telenovelas.



Hasta antes del 2000, los habitantes de Huayán se enteraban de lo que ocurría en el mundo por sus familiares de Lima. La luz también trajo sus propios inconvenientes. Al inicio, la empresa Hidrandina instaló un solo medidor. El consumo total se dividió entre cada una de las viviendas. Como era de esperar, pronto esto generó tantos líos que muchos se negaron a pagar. La empresa les cortó la luz y los residentes en Lima debieron asumir la deuda. Las cosas ahora solo aparentan estar mejor: hay dos medidores generales y adicionalmente cada vivienda ha comprado por su cuenta un equipo para controlar su consumo. Un Comité de la Luz es el que se encarga de interpretar esa medición y cobrar lo que realmente corresponde. Pese a ello, cada vez que llueve con intensidad la energía se corta y los pobladores se refugian en sus casas.

La lluvia de este último 26 de diciembre sumergió nuevamente a Huayán en la oscuridad, aunque ello no detuvo las celebraciones. Esta fiesta proporciona algo que la falta de electricidad en otras circunstancias hubiera paralizado el pueblo: la necesidad de estar juntos.

Solo una vez que la fiesta termine, y los hijos que se fueron se vayan una vez más, una quebradiza soledad invadirá el pueblo con la misma intensidad con la que la niebla se apodera de sus calles. Las casas permanecerán vacías. Aquel paisaje espectral será como alguna de esas ciudades invisibles de Italo Calvino donde no se encuentran ciudades reconocibles, solo apenas inventadas.



Las tumbas sin cuerpo de Soras

AYACUCHO
Publicado en El Comercio 01/12/2011

Un solo hombre carga el breve y blanco ataúd. El cuerpo que va dentro ya no pesa, el tiempo lo ha extinguido. Feliciano Huamaní lleva en hombros, 27 años después del homicidio, los últimos restos de Saturnino Huamaní Pineda, su padre. La noche del 16 de julio de 1984 una columna terrorista lo asesinó junto a otras 19 personas en la Municipalidad de Soras, al sureste de Huamanga. “Le destrozaron la cabeza con un hacha”.



Fotos: Comisedh

Él, que tenía entonces 23 años y vivía (vive) a varias horas de camino de Soras, llegó recién al día siguiente de la masacre. Llevaba una muda de ropa para enterrar a su padre, pero no hubo tiempo para eso; como a los demás, lo sepultó a escondidas, con el mismo pantalón negro, las ojotas desgastadas y la misma chompa azul ensangrentada. No hubo mayor ceremonia fúnebre, tampoco tiempo para llorar. Solo el miedo fue capaz de atenuar el dolor.

La noche de la masacre, don Saturnino no debía estar en Soras. Llegó desde Quije solo para recoger a su cuñada, que ese día regresaba de Lima en la empresa de transportes Cabanino y, mientras esperaba, se quedó en la casa de su amigo Gumercindo de la Cruz Alarcón, un ex licenciado del Ejército que junto a otros dirigentes de la comunidad se había organizado para enfrentar las incursiones senderistas. El bus, sin embargo, nunca llegó con los pasajeros.

La mañana de ese 16 de julio 40 terroristas secuestraron el ómnibus a la altura de Chipao, en Lucanas, y asesinaron a 15 pasajeros. Tomaron de rehén al chofer y continuaron su marcha mortal hacia Soras. De paso, en el anexo de Doce Corral asesinaron a 23 personas y desaparecieron a 3, en Chaupihuasi mataron a otras 21. Ya en Soras, sacaron a empujones de sus casas a 20 personas más, entre ellas, a Gumercindo de la Cruz, a su esposa y a su visitante de paso, Saturnino Huamaní.



Fotos: Comisedh

Veintisiete años después de la muerte de su padre, Feliciano Huamaní llora mientras lleva en hombros los restos que el Ministerio Público le entregó luego de analizarlo e identificarlo. Junto a él, los hijos y mujeres de otras 16 víctimas (faltan identificar otros 3 cuerpos) cargan entre sollozos los ataúdes blancos y pequeños, sin peso.

Antes de partir hacia Soras, donde fueron sepultados por segunda y última vez, el cortejo fúnebre recorrió las calles de Huamanga. “¿De dónde son?”, preguntaba la gente en las esquinas. No decían más. El porqué es redundante en Ayacucho.

EN PIE CONTRA SENDERO

Soras está a cuatro horas de Andahuaylas y a 10 de Huamanga. Llegar aquí supone un ejercicio de memoria del terror: se atraviesa las provincias de Cangallo y Víctor Fajardo, en cuyos distritos la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) registró una infinidad de actos de violencia. Poco ha cambiado desde entonces: los poblados salpicados a lo largo de la sinuosa y accidentada carretera ahora tienen luz, pero la pobreza todavía es latente.

En este lugar –de acuerdo con lo documentado por la Comisión de Derechos Humanos (Comisedh) e investigado por el Ministerio Público de Ayacucho– una columna de senderistas asesinó el 16 de julio de 1984 a más de 100 personas. ¿Qué desencadenó tal insania? La condena de los dirigentes de este distrito fue haberse organizado para enfrentarlos.

Esta historia de violencia comenzó el año anterior. El 23 de noviembre de 1983 una columna terrorista degolló a tres dirigentes en la plaza principal de Soras bajo la acusación de soplones. Lejos de intimidarse por la crueldad de los sucesos, los líderes de la comunidad se organizaron en rondas y se aliaron con los militares.

Cristóbal de la Cruz, hijo de Gumercindo de la Cruz y actual presidente de la asociación de víctimas de Soras, ya no llora (sus lágrimas se han agotado, dice su hija), sí recuerda: “Soras fue el primer pueblo que le puso un alto a Sendero. Nos constituimos en rondas con otras 24 comunidades y patrullábamos toda la puna, hasta Apurímac”. En varios casos, detuvieron a algunos sediciosos y los entregaron a los militares.




Foto: CAPS

Cristóbal de la Cruz, como varios de los familiares de las víctimas, asegura que quien dirigió la masacre de Soras fue un tal ‘José’ y que se trata de Víctor Quispe Palomino, actual cabecilla senderista en los valles de los ríos Apurímac y Ene (VRAE).

–¿Están seguros de que es él?

–¿Cómo vamos a olvidar esa cara? Lo vimos el año pasado en la televisión, está más viejo, pero es él, muchos lo reconocemos.

El largo proceso de judicialización 

El año pasado la fiscalía de Ayacucho exhumó los restos de las víctimas de lo que se considera la mayor masacre senderista y hace una semana, luego de ser analizados e identificados por el laboratorio forense, los entregó a sus familiares para que fueran enterrados en Soras. Estas diligencias –explica Mario Zenitagoya, director de Comisedh en Ayacucho– forman parte de la investigación fiscal que busca identificar y denunciar a los autores de estos crímenes. “Se busca conocer la verdad y judicializar este proceso. Para eso es fundamental identificar adecuadamente los restos y determinar las causas de las muertes”, explica.

El pasado miércoles 23 los restos de 17 víctimas llegaron al cementerio de Soras para recibir la despedida que los años del terror impidieron. “Papi, tú me cargabas en tus hombros cuando era niña, y ahora soy yo la que te carga”, lloró la hija de Gumercindo de la Cruz. Tenía 6 años cuando asesinaron a sus padres. Por casi 30 años contuvo el llanto. “¿Por qué me quitaron a los dos?”, grita. Cinco personas tuvieron que sujetarla para que no se echara sobre la tumba.

Cerca de allí, algunos pobladores murmuraban: “Los mataron por apoyar a los militares”. Y a unos pasos, un deudo exigía: “Queremos que los cómplices que aún andan por acá se vayan de Soras, no los queremos”. Los años de la barbarie han dejado heridas abiertas en las comunidades afectadas por el terrorismo: hay vecinos que no se hablan, familias enfrentadas, odios heredados, pobladores expulsados. El duelo aún no ha cerrado su círculo.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Viaje al corazón de la nostalgia

Santiago de Chuco.
Publicado en El Comercio el 11/03/2012


La nostalgia es redundante en la patria de Vallejo.
Esta tarde una breve lluvia baña de feliz melancolía las estrechas calles de Santiago de Chuco. El agua golpea suavemente los tejados. La gente se acomoda y murmura en las veredas. Los gorriones han dejado de cantar. A lo lejos, dos perros ladran. En un bar de la esquina de la plaza central un grupo de mineros va por su enésima botella de cerveza. La niebla de marzo avanza y devora casas y calles, árboles y personas. A un kilómetro de allí, don Julio Narváez, el guardián del cementerio del pueblo, recorre por última vez en el día los nichos del camposanto. La espesa neblina ha llegado hasta aquí y ha sepultado bajo su manto los viejos sepulcros. Don Julio inicia su recorrido por una tumba vacía: la tumba de César Vallejo.




Tumba sin cuerpoCerca al ingreso del cementerio está la única tumba sin restos. “Hace unos meses la municipalidad decidió construir un nicho similar al que tiene Vallejo en París, Santiago quiere tener también un lugar donde recordarlo”, dice don Julio. Es un nicho de cemento, que a diferencia del de Montparnasse, tiene una enorme cruz donde se ha escrito con tinta negra César A. Vallejo Mendoza. “Aún no está listo. Estará cubierta de mármol plateado, como la de París, y se inaugurará en abril con la esperanza de que algún día sus restos vuelvan”, dice el alcalde, Juan Gabriel Alipio. Un collar de flores pende de la cruz: es un  homenaje desde la ausencia, una forma de hacer memoria desde el olvido.

El viento arrastra la fragancia de los eucaliptos y la tierra húmeda: “El ámbar otoñal del panorama/toma un frío matiz de gris doliente”. La niebla entorpece la visión, pero don Julio es ágil y avanza rápido. A unos metros de allí muestra otra tumba, la de los padres del poeta. Pero no hay lápida ni nombres ni fechas ni cruces ni flores. Solo una piedra negra sobre una piedra blanca. Y un viejo y ennegrecido tallo de eucalipto. “Por ese tallo se encontró el lugar de la tumba, se habían perdido y un amigo de la familia ayudó a encontrarlos”, recuerda el panteonero. Solo aquellas piedras, y ese insignificante tallo, recuerdan que allí reposan los restos de Francisco de Paula Vallejo Benítez y María de los Santos Mendoza Gurrionero, padres del vate e hijos de dos curas españoles.
A unos metros de allí muestra otra tumba, la de los padres del poeta. Pero no hay lápida ni nombres ni fechas ni cruces ni flores.

Si un cementerio es la memoria silente de los hombres que habitaron un pueblo, Julio Narváez es en Santiago de Chuco el fiel protector de esa memoria. Este hombre pequeño de 60 años y gestos solemnes custodia las tumbas desde hace 32 años, los últimos ocho acompañados de ‘Lobita’, la fiel y celosa perra que sigue cada uno de sus pasos. Lo que sabe de Vallejo lo aprendió de don Francisco Miyano, vallejiano y célebre profesor del colegio donde estudió el poeta y que ahora se cae a pedazos por culpa de algún burócrata indiferente. “Siempre nos hablaba de Vallejo, leía su poesía y nosotros la memorizábamos”, recuerda.

Doble olvido
Por su profesor don Julio sabe que Vallejo tuvo doce hermanos y que la mayoría fueron enterrados aquí; aunque aquí, las tumbas hayan desaparecido víctimas más del olvido que del tiempo. No existe un registro de los lugares donde los cuerpos fueron enterrados antes de mediados del siglo XX. “Nadie visita éstas tumbas”, se queja. De todos los hermanos de Vallejo sepultados aquí, solo queda el nicho de Augusto. El hermano que falleció en 1956 tampoco tiene flores: “Hoy no ha venido nadie/ No he visto ni una flor de cementerio/en tan alegre procesión de luces/¡Perdóname, Señor!: ¡qué poco he muerto”.

En estos meses de intensas lluvias don Julio protege estos sepulcros del temible suncho, esa hierba mala que crece con la lluvia y sepulta, más que el olvido, las tumbas viejas. “Hay que retirarlas todos los días porque crecen rápido, sino después no encontramos los lugares”, dice. Una de las tumbas a las que se le perdido el rastro en este cementerio es la del más querido de los hermanos de Vallejo, Miguel, que murió el 22 de agosto de 1915: “En la enlutada casa paterna aún perdura/un mundo de memorias de ti, que has muerto... ¡Ay!/ Aún en mi alma tiembla la luz de tu ternura/como una golondrina que viene y se va”.

Una búsqueda infructuosa

La mujer que custodia el archivo parroquial de la iglesia de Santiago de Chuco nos dice que allí no está la partida de bautizo de César Vallejo, que ya la ha buscado en la versión digital y que no está. Que lo siente. “¿Puede buscar en los archivos de papel, por favor?”, insistimos. Nos mira con flojera, es casi la hora del almuerzo. “Debe de estar en mayo de 1892”, ayudamos. Se va y unos minutos después regresa con un empolvado cuaderno de hojas amarillentas y quebradizas. Buscamos hoja por hoja, bautizo tras bautizo, pero la partida de Vallejo no está. Estuvo, pero como las tumbas de sus hermanos en el cementerio, también ha desaparecido.

Se conoce la fecha de muerte del poeta, pero no hay certeza sobre la de su nacimiento. Ningún documento oficial menciona que Vallejo nació el 16 de marzo de 1892, como se celebra ahora. La viuda del poeta, Georgette Philippart, anotó en su “Apuntes biográficos sobre poemas humanos” (1968), que el registro 722 del libro parroquial de bautizo decía: “En esta santa iglesia de Santiago de Chuco a los diez y nueve días del mes de mayo de mil ochocientos noventidós. Yo, el cura compañero, bauticé, exorcicé, puse óleo y crisma a un niño de sexo masculino, de dos meses, a quien nombre César Abraham, hijo legítimo de Francisco de Paula Vallejo y María de los Santos Mendoza”.

Se conoce la fecha de muerte del poeta, pero no hay certeza sobre la de su nacimiento.
No solo no había una fecha exacta en la partida, Georgette contó que la fecha de nacimiento que aparecía en el pasaporte del poeta indicaba el 6 de junio de 1893. “Y esa era la fecha en la que él celebraba su cumpleaños”, escribió. ¿Por qué se adoptó, entonces, el 16 de marzo como la fecha de su cumpleaños? Hace varios años, una investigación del vallejiano André Coyne concluyó, basándose en los dos meses que tenía Vallejo al ser bautizado y la costumbre católica de bautizar al niño con el nombre del santo que se celebra el día que nace, que como el segundo nombre del poeta era Abraham, este había nacido 16 de marzo. La viuda del poeta siempre rechazó esta hipótesis. “El 6 de junio es la fecha de su nacimiento que él vive y vivirá hasta el día de su muerte. Esa es la realidad de Vallejo”, escribió.


En la municipalidad de Santiago de Chuco la duda persiste. Las autoridades dicen que hallarán la partida de bautizo y que esta será exhibida en la restaurada casa del poeta, junto a sus primeros manuscritos, una imagen de Santiago Labrador, una vitrola y un escritorio. La presencia del poeta retornará a la casa vacía. Como él escribió, una casa, como una tumba, vive únicamente de hombres, la casa se nutre de la vida del hombre, la tumba, de su muerte.

-¿Qué fecha de nacimiento pondrán en la casa y en la tumba sin cuerpo de Vallejo?
-Tal vez no pongamos fecha, responde un funcionario municipal.

martes, 19 de febrero de 2013

"La institucionalidad no es un tema de mesas de concertación y diálogo"



La semana pasada estuvo en Lima Anthony Bebbington, director de la Escuela de Posgrado de Geografía, Clark University, EE.UU. En su fugaz paso por Lima el también profesor asociado de la Universidad de Manchester e investigador del Consejo de Investigaciones Económicas y Sociales del Gobierno Británico, presentó el libro "Industrias extractivas, conflicto social y dinámicas institucionales en la región andina". El académico sostiene que los conflictos deben ser vistos no como problemas a los que hay controlar, sino como oportunidades de diálogo y como "fuerzas que generan cambios institucionales para una gobernanza de la industria con mayor inclusión”. Esta es la versión completa de la entrevista que salió publicada inicialmente en la versión impresa de El Comercio (17/02/2013).


¿Cuál es la conclusión más importante de los trabajos de investigación que han recogido en el libro?Hemos identificado tres temas de interés. Uno es la noción de que la expansión de las industrias extractivas, así como la conflictividad que ha acompañado a esta expansión, están transformando no solo los territorios donde ocurren estos conflictos y las sociedades, sino también a países como el Perú, Bolivia y Ecuador. La otra idea fue analizar la expansión económica y los gobiernos nacionales y subnacionales. Y el tercer tema es si la conflictividad podría ser una fuerza que genera cambios institucionales que permitan una mejor gobernanza de la industria extractiva con mayor inclusión social.

Usted menciona en el libro la necesidad de ver los conflictos como una oportunidad. Con frecuencia se ve el conflicto como algo que hay que controlar, pero pueden ser vistos como fuerzas productivas que generen cambios institucionales.

El incremento de la inversión en industrias extractivas ha ido de la mano con el aumento de conflictos. ¿Es solo un tema de poco diálogo y crecimiento desigual?Yo creo que ese es un elemento de por qué ahora hay más conflictividad, pero hay otros factores históricos. Cada transición económica históricamente ha venido acompañada de conflictos, yo creo que eso también podría ser la expansión de un proceso de transformación capitalista bastante profunda y bastante rápida. El nivel de actividad de la industria extractiva es mucho mayor ahora que en los años noventa. Es un sector que mueve mucha tierra, ocupa espacio, requiere de bastante energía, necesita acceder a grandes cantidades de recursos naturales como el agua. Y si no afecta, muchas veces crea la sensación de que puede afectar, crea incertidumbre.

Pero hay también ahora una ciudadanía mejor informada, más consciente de sus derechos.Sin duda es una sociedad que empieza a exigir más derechos y formas democráticas distintas, como las consultas. Hay autoridades regionales y locales que exigen más protagonismo en estos procesos, y tienen más recursos que antes. Lo que está en juego es cuáles serán las formas que definen a la democracia peruana y qué tipo de relación se va a establecer entre los gobiernos nacionales, regionales y distritos.
Pero si uno mira el marco legal vigente, a diferencia de hace 10 años ahora hay nuevos derechos garantizados, la ley de consulta previa, por ejemplo, y con sus debilidades, la transferencia económica del gobierno central hacia las regiones.
Yo creo que el problema no es la redistribución de los ingresos hacia las regiones y distritos. Hay un tema de protagonismos sociales y políticos, y sobre cuáles son los roles de las autoridades regionales. La democracia no se mide por la plata que se recibe, eso puede ser un indicador, también se mide por derechos y responsabilidades.

En la mayoría de conflictos socioambientales se denuncia la contaminación, pero no siempre hay prueba de ello. ¿Cómo dialogar en medio de tanta desconfianza?Yo creo que hay de todo. No creo que el tema sea solo la contaminación, es toda la incertidumbre que viene con la industria. Se enfoca mucho la contaminación pero hay otras cosas, como la pérdida del control del espacio local, la tranquilidad. Hay mucha incertidumbre sobre el cambio. Y estas incertidumbres se prestan a la conflictividad. Toda la teoría de la comunidad campesina nos dice que el riesgo y la incertidumbre es un elemento central de cómo se maneja la economía campesina. Hay gente que sí quiere inversión, pero quiere que esta se presente bajo ciertas condiciones. Otro de los orígenes de los conflictos tiene que ver también con la distribución desigual de las oportunidades.

Con frecuencia, la única explicación del gobierno al origen de estos conflictos es la presencia de líderes extremistas y de organizaciones politizadas.Eso no ayuda mucho. Es cierto que en diferentes conflictos hay líderes con diversos intereses ideológicos, pero decir que todo se explica por la presencia de grupos extremistas manipulando a la población me parece un poco miope. Esa me parece una interpretación interesada. Creo que a mediano y largo plazo ese tipo de lecturas no le conviene al sector. Hay varios proyectos con problemas, parados o postergados, precisamente porque no pueden llegar a negociar. Entonces, para satisfacer las metas de inversión, algo tiene que cambiar.

En libro no plantean vetar a la  minería, sino nuevo mecanismos de diálogo. ¿Cómo?Hablamos de la necesaria institucionalidad de estado y su relación con las comunidades, de la necesidad del diálogo como un proceso natural. La institucionalidad no es un tema de mesas de concertación y diálogo. Implica procesos de planificación del desarrollo, procesos de consulta previa consolidados, que se vuelvan una práctica cotidiana y transparente.

¿Y en este contexto cuál es el papel la empresa?Las empresas tienen diferentes lecturas. Hay muchas que tienen lecturas más progresistas que otras, y dentro de una empresa también hay diferentes lecturas.
Un sector del gobierno le teme a la consulta previa en los andes, se cree que retrasará los proyectos de inversión.
Yo creo que la pregunta que hay que hacer a la gente que tiene miedo a la consulta, es qué haría si hubiera una concesión minera bajo la casa en la que ha vivido toda su vida, ¿Quisieran ser consultados o no?, independientemente de su identidad. Es demasiado fácil cuestionar el derecho de consulta de otros cuando uno sabe que siempre va a tener el poder de decisión sobre su casa.

Más allá de Bagua, ¿Crees que los conflictos han generado cambios institucionales en el Perú?Creo que, salvo en ciertos casos (por ejemplo Tambogrande), la relación entre conflictividad y cambio institucional no es una relación directa, ni sencilla. Más bien son presiones acumulativas y con el tiempo van generando nuevas ideas, y prácticas, en cuanto cómo gobernar el sector de la industria extractivas y su relación con procesos mayores en la sociedad.  Visto así, yo creo que se puede decir que hay relaciones causales (aunque no siempre directas) entre la conflictividad y cambios mayores como, por ejemplo, la legislación sobre consulta previa, la creación del Ministerio del Ambiente y las reglas fiscales relacionadas con la distribución del canon minero.  De igual manera, al nivel regional creo que existen relaciones causales entre la conflictividad y, por ejemplo, experimentos con la zonificación ecológica-económica (ordenamiento territorial) o la definición de áreas de conservación o los esfuerzos para proteger paisajes y fuentes de agua. 
¿Cuál cree que es el papel de los movimientos antimineros y de las ONG durante el desarrollo de los conflictos?Yo creo que, tal como no ayuda hablar de las distintas agencias del estado o de las empresas como si fueran todos iguales, tampoco se puede hablar de “las ONG” en términos generales.  Creo que los discursos que insisten en que los conflictos nacen a consecuencia de una manipulación o agitación por parte de las ONG “con intereses políticos” no ayudan a esclarecer o entender los conflictos.  Por un lado no permiten una reflexión muy a fondo sobre las causas de un conflicto, y por otro lado las acusaciones hacia al sector de las ONG se prestan a la polarización de posiciones.  Tal polarización pueda generar respuestas más autoritarias. De igual manera creo que el lenguaje de “antiminero” esconde más de lo revela. ¿Qué es un “antiminero”?  ¿Implica creer que simplemente no debería haber minería en ninguna parte del país o define al grupo que cree que debería haber minería en ciertos lugares?  “Antiminero” termina siendo un adjetivo que, conscientemente o no, restringe el espacio para un debate sensato e informado. Hablar en términos de “anti-mineros” y “pro-mineros” ayuda evitar tener un debate a fondo, público y democrático sobre el tipo de extracción que se quiere y se debería promover. La salud de la democracia depende mucho de los comportamientos de los ciudadanos.  Uno de estos comportamientos tiene que ver con las palabras que se emplean.  Habría que tener mucho más cuidado con el  lenguaje que se usa en estos debates.

¿Es posible promover entre tanta desconfianza una discusión política seria entre las partes?Este es un camino largo, sobre todo en un contexto de desconfianzas mutuas.  Un paso sería tener mucho más cuidado con el lenguaje que se usa.  Otro paso sería promover mucho más información y transparencia (un papel importante para la prensa). También es imprescindible (aunque no fácil) crear un ambiente de respeto mutuo – donde se acepta que “el otro” tiene una opinión que, aunque sea diferente, es legítima. También, aunque hay asimetrías de información,  es importante que se acepte que el problema no es simplemente que el otro “no entiende”, que “no es educado,” y que si tuviera la información correcta entendería que “yo” tengo la razón.  De igual manera, si entras pensando que el otro es un capitalista voraz y transnacional a quien le interesa nada más que la ganancia, el debate tampoco avanzará. Si entras al debate así, desde ya entras sin un respeto para el otro y el dialogo no irá a ningún lado. En contextos donde se ha habido mucha desconfianza, puede haber un rol importante para terceros en facilitar estos procesos.  En esto el Perú tiene una institución muy importante, la Defensoría del Pueblo, aunque tampoco puede hacer todo con los recursos limitados que tiene.

¿Cree que los conflictos han polarizado la relación entre las ciudades y las comunidades de los andes?Es una pregunta interesante.  Sin embargo, no creo que la evidencia sugiera que todos los miembros de las comunidades campesinas-indígenas reaccionan de la misma manera frente a la extracción de los recursos naturales, y tampoco las poblaciones urbanas. Creo que la expansión de las industrias extractivas trae una mezcla de oportunidades, riesgos e incertidumbres y se experimenta de diversas maneras dentro de la ciudad y dentro de las comunidades rurales.  Además, hay una población importante que vive entre la ciudad y el campo y que no es tan fácil clasificar. Creo también que las respuestas son diversas, lo que implicaría contrastar posiciones. Más que hablar con estas dicotomías es importante entender cuales voces – en la ciudad, en el campo – están siendo sistemáticamente excluidas o silenciadas y luego escucharlas. Yo sí creo que muchas sociedades regionales se han vuelto más tensas a consecuencia de la expansión minera. Las relaciones son más complejas, por eso requieren lenguajes que reconocen esta complejidad.

Un cartucho por la nostalgia


Un cartucho es la cometa de los que no tienen cometa. Una cometa para misios. Un pedazo de papel al que se intenta despegar del suelo haciendo el doble de esfuerzo físico del que se necesita para levantar una c...ometa de plástico y carrizo. He preguntado a mis amigos si alguna vez han volado uno y todos han respondido: ¿Qué es eso? No hay definición para el cartucho de mi infancia en el diccionario de la RAE, apenas una referencia a las municiones.


(Ilustración: Lucía Fernández)

La primera vez que intenté volar uno fue durante un otoño de inicios de los 90. Puedo decir que suspenderlo en el aire fue un acto casi heroico. La cometa que mi papá había hecho para mi hermano quedó atrapada en un cable de luz; sin cometa con qué jugar, alguien (no recordamos quién) nos trajo la idea del cartucho. Arrancamos una hoja de esos viejos cuadernos amarillos, doblamos los costados, colocamos una larga cola de papel en la parte posterior y anudamos casi 10 metros de hilo adelante. Recuerdo haber corrido y sudado varias cuadras antes de que mi cartucho alzara vuelo y quedara suspendido en el aire junto a varias cometas.

La fragilidad del cartucho no permite que alcance mucha altura, pero hace que su vuelo sea más delicado. Su incesante revoloteo es la metáfora de su tenaz lucha contra el viento. El cartucho se asemeja más al efímero y suave vuelo de un avión de papel que al planeo de una soberbia cometa que –en su búsqueda de más altura- se escapa de las manos y se pierde en el cielo, o cae atrapada en los cables aéreos. Mi memoria, siempre esquiva y arbitraria, recuerda este vuelo como el primero y el último. No he vuelto a ver uno trepando el cielo, solo he visto sofisticadas cometas, junto a las cuales, la sombra de mi cartucho sería apenas una ráfaga de oscuridad

Un milagro en el Km 117

Puerto Maldonado, corredor minero.

A Nemesio Barrientos le tiemblan las piernas. Tiembla ahora que está parado en esta terraza construida con palos traídos del bosque y un amplio plástico azul que resiste sin espasmos la lluvia que ha comenzado a caer. Es la primera vez que recibe a tantos invitados, la mayoría extranjeros. "Estoy contento de que puedan conocer mi casa y el bosque que mi familia y yo hemos decidido cuidar". Nemesio busca las palabras exactas. Sus ojos parpadean y con sus dedos pulgares dibuja círculos infinitos. Su gesto esconde muchos otros: los del héroe que ha decidido rebelarse solo contra un destino que le prometía todo el oro del mundo.

"Yo vivo aquí, con mi esposa, mis 4 hijos y mis nietos. Por ellos es que cuidamos el bosque, para que cuando crezcan, lo conozcan". En este lugar, ubicado en el kilómetro 117,5 de la Carretera Interoceánica, a dos horas de Puerto Maldonado, se encuentra el último bosque que queda dentro del corredor minero.
El agricultor que hace 25 años llegó a Madre de Dios escapando de la pobreza de Apurímac ha levantado aquí el último bastión contra la fiebre del oro. La casa de Nemesio Barrientos es el fortín desde donde se protege un bosque de 30 hectáreas de su propiedad, un pedazo de Amazonía por el que él ha luchado hasta convertirlo en el Área de Conservación Privada San Juan Bautista. Si observáramos desde muy arriba, este espacio sería un breve oasis verde acorralado por la devastación que ha generado la minería ilegal.



Ni cinco kilos de oro
No hay heroicidad en el azar, sino en la elección. Y Nemesio eligió no ser minero, eligió vivir modestamente y conservar el bosque. Cinco kilos de oro no lo cegaron. "Mira, Nemesio, te vas a hacer rico, el oro te va a sacar de pobre", le dijeron un día y, desde entonces no han parado: "te damos cinco kilos de oro por todas tus tierras". Pero él, terco, "no", "no quiero". Como el héroe que se sobrepone a la circunstancia, Nemesio no cedió a esa realidad, creó otra. Rechazó la minería y conservó un paraíso de loros, papagayos, monos y ronsocos en medio de la destrucción.

Nemesio Barrientos es un resistente. Se ha rebelado al azar. Llegó, como muchos otros miles de apurimeños y cusqueños, buscando sobrevivir. Madre de Dios era entonces una región de bosques vírgenes. De la selva que él vio alrededor de lo que hoy es la carretera, no queda nada. Solo hay desierto y chacras.



"La amenaza de los mineros es diaria. Ya han ingresado en la propiedad de mi hijo". Desde el camino de entrada al área de conservación se ve, a un kilómetro de distancia, un campamento que abastece de alimentos e insumos a los mineros. "Cada vez se acercan más, no sabemos qué hacer", dice preocupado.
Una batalla solitaria
Nemesio Barrientos recibe siempre a sus visitantes con pacos fritos con yuca. Los coge de la piscigranja que ha construido a unos metros de su casa. Cultiva también yuca y otros alimentos. Cría algunas vacas y gallinas. "Lo necesario para vivir". Lo necesario.

¿Por qué un hombre que podría recibir cinco kilos de oro decide conservar el bosque? "Me da pena cómo los mineros destruyen todo. Cuando tiran el monte, no matan solo el árbol, matan todo lo que está arriba. Necesitamos apoyo para desarrollar programas de ecoturismo y turismo vivencial", responde .
Nemesio dice que desde que el Gobierno emitió los decretos para enfrentar la minería, nada ha mejorado, "todo está peor". La corrupción solo ha incrementado el precio de las cosas.


En esta lucha, el héroe está solo. Sobre el bosque que ha decidido conservar se encuentran superpuestos dos derechos mineros y teme que un día los mineros ingresen a la fuerza. Lo que pasa a su alrededor refuerza sus miedos. A lo largo de la carretera, la destrucción se repite todos los días, todas las noches: el bosque es arrasado, miles de toneladas de tierra son removidas, los cauces de los ríos desaparecen, prosperan los grifos ilegales, se inauguran nuevos burdeles y se multiplican las precarias viviendas con sus antenas satelitales.

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Panguana: un paraíso amenazado por la minería

Huánuco.
El silencio en los bosques de Panguana tiene el suave sonido del río, el intenso canto de monos, loros y papagayos, el rumor de la lluvia que cae y desaparece entre la copa de los viejos árboles. En este paraíso ubicado en la provincia de Puerto Inca, a tres horas por carretera desde Pucallpa, más una hora en bote desde el distrito de Yuyapichis, el silencio es la ausencia de ciudad. No hay voces ni motores. Nadie grita. El área de conservación privada Panguana guarda el silencio de un bosque virgen.


La protectora de este paraíso es Juliane Koepcke, la única sobreviviente del trágico accidente aéreo de Lansa de fines de 1971. "La selva me salvó la vida, ahora yo quiero salvarla a ella", dice. Panguana es una estación de investigación biológica -la más estudiada del Perú- que los padres alemanes de Juliane inauguraron en 1968. Y desde el 2011 sus 800 hectáreas -que forman parte de la zona de amortiguamiento de la Reserva Comunal El Sira- son consideradas por el Estado peruano como una área de conservación privada.

Juliane es peruana. Nació en Lima, estudió sus primeros años aquí, tiene DNI y le encanta la cumbia de la selva. Tiene en Alemania una colección de más de 20 discos, que incluyen los éxitos del grupo más famoso en Huánuco por estos días: Pata Amarilla. "Los escucho mientras cocino", dice al otro lado del teléfono, desde Múnich, donde soporta temperaturas de cero grados: "Hace tanto frío aquí, extraño el calor de mi selva".



El accidente de 1971

- ¿Cómo enfrentar el dolor luego de una tragedia?

- Venciendo el miedo, dice.

Luego del accidente, Juliane Koepcke viajó a Alemania y estudió Biología. Durante años tuvo pesadillas con la caída del avión, pero nunca con la oscuridad ni la soledad del monte. Tenía 17 años cuando la nave de Lansa se estrelló contra el bosque de Huánuco el 24 de diciembre de 1971. En ese vuelo iba también su madre. De los 92 pasajeros, solo ella sobrevivió. Deambuló 10 días en la selva: desorientada, con hambre, una clavícula rota, una rodilla dañada, decenas de cortes en las piernas, sin lentes, un solo zapato y gusanos en sus heridas, se dejó llevar por el cauce de un río hasta que un barco la encontró.

El azar hizo lo suyo en medio de la tragedia: la caída del avión ocurrió a 50 km de Panguana, sobre un tipo de ecosistema parecido al que ella ya conocía. "Yo le debo la vida a ese bosque, sobreviví porque lo conocía, había pasado todo el año anterior en la estación biológica con mis padres y sabía cómo orientarme". En 1976, al terminar la universidad, Juliane volvió al Perú para una serie de investigaciones sobre la biodiversidad de Panguana.

"Nunca pensé dejar la selva, fue la vida de mis padres y es mi vida ahora". Juliane Koepcke superó el dolor con el arraigo.



Los últimos bosques

En Huánuco, durante los últimos 30 años miles de hectáreas de bosques ya han sido degradados, primero por la agricultura y, sobre todo, por la intensa actividad ganadera.



La presión minera informal busca ahora extender aun más el desastre. Panguana es uno de los últimos respiros de la región: aquí basta caminar diez minutos para encontrar una especie casi extinta en la Amazonía, un enorme y centenario árbol de caoba en pie. Un milagro para quienes siempre lo hemos visto ya listo en trozos para el mercado ilegal.



Si varias zonas de Madre de Dios son el final de una historia de desastres ambientales causados por la minería aluvial, lo que ocurre en Puerto Inca resume el inicio de la devastación.

Desde el año pasado el número de petitorios mineros se ha incrementado y, aunque carezcan de autorización para trabajar, este único documento les basta a los mineros ilegales para ingresar su pesada maquinaria y comenzar a explotar. Hace dos semanas se incautaron seis máquinas, pero quedan más y muchas de ellas ya están operando (destruyendo).


La fiebre aurífera no es reciente en Huánuco. Desde los años sesenta decenas de aventureros llegaron buscando oro. "Usaban sus bateas para extraer el metal, pero lo que quieren hacer ahora es destruir los bosques, las máquinas generan un impacto irreversible", denuncia Koepcke. Aún hoy es posible observar a mineros artesanales a lo largo de varias quebradas, pero también, a hora y media de camino, uno encuentra dragas, retroexcavadoras y cargadores frontales que remueven toneladas de tierra.

El difícil acceso a Panguana ha garantizado su protección. Este año, sin embargo, empresarios mineros chinos convencieron a las comunidades asháninkas de la zona sobre la necesidad de construir una carretera que penetre Panguana, cerca de donde ellos tienen un petitorio minero. La maquinaria fue incautada, pero el alcalde distrital de Yuyapichis pretendió definir el trazo de esta carretera en una reunión comunal, sin estudios técnicos ni especialistas.

La amenaza es tangible. Hasta ahora la Dirección Regional de Minería de Huánuco no suspende el pedido de concesión formulado sobre esta área de conservación.

El camino al paraíso



Panguana lleva el nombre de una perdiz de la selva y el río que la baña, el Yuyapichis, significa en quechua río mentiroso. "Parece tranquilo, pero te engaña, cuando llueve crece intempestivamente y es peligroso", refiere Carlos Vásquez Modena, a quien todos llaman Moro, el fiel administrador de Panguana. Es él quien dirige el bote sobre este sinuoso río de espesa niebla en las mañanas y aguas claras con playas blancas en la tarde.

Dos veces al año, Juliane deja Alemania y viene a Lima. Vuela a Pucallpa, continúa tres horas por tierra por la carretera Fernando Belaunde, surca la cuenca del gran Pachitea, ese río de sinuosa belleza y esporádicos remolinos que Herzog retrata en "Fitzcarraldo"; luego ingresa por el río Yuyapichis, avanza media hora y un precioso y enorme árbol de lupuna le da la bienvenida a Panguana. Allí la esperan Moro y su familia, y ese paraíso que ella odia que llamen infierno verde.