Entrevista:
Alberto Salcedo Ramos, escritor y periodista
El tiempo ha secuestrado las horas de Alberto Salcedo Ramos. En esta fresca noche de noviembre en Bogotá el teléfono celular del maestro de la crónica colombiana no ha dejado de sonar: debe entregar su columna semanal para El Colombiano, avanzar con otros textos, reunirse con ex talleristas de la Fundación de Nuevo Periodismo, pagar algunas cuentas, preparar su maleta para Medellín, finiquitar unos asuntos sobre la película basada en su libro “El oro y la oscuridad, la vida gloriosa y trágica de Kid Pambelé”, y debe, además, cumplir una tarea doméstica que lo estresa: ir al supermercado.
El escritor aficionado al boxeo lucha contra el tiempo.
Hincha del Junior de Barranquilla, admirador de Julio Ramón Ribeiro y Sofocleto. Salcedo Ramos escribe desde niño, cuando vivía en San Estanislao, un nostálgico pueblo de Barranquilla. En sus historias de “La Eterna Parrada” (una selección de sus mejores crónicas desde 1997 hasta el 2011) uno redescubre Colombia, se enternece con sus personajes, canta sus vallenatos y entiende cómo siempre, pese al dolor, habrá espacio para el humor. De él Jon Lee Anderson ha dicho que conoce a Colombia desde las entrañas. El cronista sospecha que escribe por eso que dijo Sofocleto: “porque quiere hablar sin que lo interrumpan”.
¿Cómo defines las historias de tu libro “La Eterna Parranda”?
Las defino como una manera de reconocerse en una geografía típicamente colombiana y, desde luego, típicamente latinoamericana. Abrir “La Eterna Parranda” es empezar un viaje. También veo esas historias como producto del periodismo que quiero hacer, uno en el que pueda obtener una visión profunda de la realidad y no esa mirada turística que a menudo se logra desde el trajín afanado de los diarios.
Eres un aficionado al boxeo. Has escrito un libro sobre Kid Pambelé y narras la historia de Rocky Valdez en “La Eterna Parranda”. ¿Qué te atrae de este deporte?
Tengo algo bárbaro y por eso desde la infancia disfruto viendo a dos tipos moliéndose la osamenta a puñetazos. Como cronista también me atraen las peleas y todo lo que hay en ese universo: la vida de los boxeadores, las historias que protagonizan. Las derrotas en los deportes de conjunto son más piadosas porque se pueden repartir. En el boxeo no se dice “perdimos” sino “perdí”, y por eso la derrota en el boxeo es más conmovedora.
¿Cómo vez a la crónica en este tiempo que parece celebrar tanto la inmediatez y el bombardeo noticioso?
Yo no tengo una visión mesiánica de la crónica, pero sí creo que es un género que contribuye a potenciar la información en estos tiempos en que la gente no lee prensa para enterarse sino para ir más allá: para comprender, para viajar hacia el fondo. Convertir la información en relato es una forma de volverla perdurable.
Vargas Llosa habla de una civilización del espectáculo, del avance de una literatura ligth. ¿Crees que asistimos también a una frivolización del lector?
En Colombia había una emisora cultural que tenía un lema precioso: ‘la emisora de la inmensa minoría’. Ese lema me gusta por muchas razones: porque le recuerda a uno que trabaja para una minoría, porque establece que esa minoría, después de todo, es inmensa, y porque aunque se trate de una minoría tiene derechos. El lector promedio de hoy está influenciado por la dictadura del zapping que aprendió en la televisión, y por eso se ha vuelto impaciente. No lee sino que picotea en un lado y en el otro.
Son lectores cada vez más inconstantes…
Cuando yo era niño, ahora tengo 49 años, tenía un televisor en blanco y negro y no existía el control remoto. Aprendíamos a disfrutar de lo que había. Los muchachos de ahora, sin embargo, tienen un umbral de tolerancia muy limitado. Empiezan a ver un programa y si en 10 segundos no han visto algo que los enganche cambian de canal. Esa impaciencia se trasladó a los lectores, y también a Internet. Yo conozco personas que abren 8 o 9 ventanas al mismo tiempo. En una leen un artículo, en otra escriben, y en la otra están chateando. De pronto, se levantan y es el vacío total, porque no escribieron bien, ni hablaron bien, ni leyeron bien.
"Hoy en día, como dijo Gay Talese en una entrevista, ciertos periodistas jóvenes creen equivocadamente que para ver el mundo tienen que hacer click. Y no, hay que salir más a la calle, hay que sacar al periodismo de las oficinas oficiales".
Hablamos de historias de profundidad, pero hay una creciente demanda de los lectores por el entretenimiento…
Te voy a decir algo con mucha franqueza: yo no pienso en los lectores. Me parece que pensar en los lectores hace que uno se vuelva a veces mercenario e hipócrita. Cuando uno empieza escribir se encuentra con editores que quieren llevarlo a empobrecer el lenguaje para tener una mayor resonancia entre todos los públicos. Pero a mí eso no me interesa.
Escribir es un acto egoísta.
Claro que sí. El punto de partida de un escritor es el siguiente: aquí se va a contar una historia, y el que va la contar soy yo, tú quédate quieto porque a ti te tocó leerla. Es un discurso unilateral: yo cuento, tú lees. Por eso los escritores suelen tener unos egos colosales, monumentales.
Pero todos queremos que nos lean.
Claro. Y vuelvo a esa frase de Sofocleto: “Escribimos para hablar sin que nos interrumpan”. Contar historias es un ejercicio de paciencia. Compromete toda tu atención. La realidad es una dama esquiva que solo le hace un guiño a quienes la cortejan pacientemente.
Eres un usuario muy activo de facebook y twitter. ¿Cómo entiendes a las redes sociales, podrían ser un nuevo formato para contar historias?
Yo utilizo las redes para divulgar asuntos relacionados con mi trabajo, no para narrar historias. Respeto a quienes lo hagan, pero no es lo mío. No me mido por lo que hago en twitter, pero creo que es una herramienta que me permite estar cerca de mis lectores. Lo que noto es que los muchachos de ahora escriben y a la vez están en twitter, por eso no se concentran. Las redes sociales le sacan a uno la frivolidad y la vanidad. Le sacan a uno lo peor que uno tiene. Hay mucho exhibicionismo en las redes.
¿Tuiteas o posteas mientras escribes?
No, nunca. Yo le brindo a mi trabajo todos mis sentidos. Cuando escribo no escucho ni música.
"Lo que noto es que los muchachos de ahora escriben y a la vez están en twitter, por eso no se concentran".
Leí en una entrevista que jamás escribes en la cama, ni con pantuflas, ni en pijama.
Yo escribo así (Salcedo viste un pantalón, botines, camisa y saco), no lo hago en chancletas, ni en pijama, ni con pantuflas. Puedo responder mis correos en chancleta, pero escribir no. Las chancletas y pantuflas están bien para descansar, pero no para producir; para trabajar están los zapatos. Por eso tampoco escribo en la cama, la cama se ha hecho para dormir. Yo leo en una mecedora y solo prendo la televisión para dormir. Victoria de Sicca decía que la televisión es el único somnífero que se toma por los ojos.
¿No crees que a veces algunas buenas historias se pierden porque priorizan más la forma que el contenido?
Es un riesgo sí. A mí me molesta el culto de la forma cuando se desatiende el fondo, pero no creo que sean incompatibles. Tampoco creo que uno deba desatender la forma por priorizar el fondo. Yo creo que uno cuenta su historia y procura contarla de la mejor manera. Los géneros son complementarios. La visión macro del reportaje se combina con la visión micro de la crónica.
¿Cómo ves a los diarios impresos frente al avance digital?
Hubo un tiempo en el que la gente llevaba con orgullo su periódico, era como un escudo, como un símbolo de prestigio intelectual. Eso se ha ido perdiendo porque ahora muchos leen en la web. Por eso creo que los diarios deberían reafirmarse en su lenguaje, en la profundidad. No deben tratar de parecerse a la televisión o la radio o internet. El reto no es informar. Ahora te informas en la web, en twitter. El reto es ir más allá. Tener contenidos propios, yo creo que en la autopista virtual hay muchas historias que no están apareciendo y es porque los periodistas no las están buscando. Hoy en día, como dijo Gay Talese en una entrevista, ciertos periodistas jóvenes creen equivocadamente que para ver el mundo tienen que hacer click. Y no, hay que salir más a la calle, hay que sacar al periodismo de las oficinas oficiales. Lo que me molesta del periodismo diario no es la velocidad, sino esa forma que algunos tienen de entender el periodismo como un apéndice de los boletines de prensa de los funcionarios públicos. Menos sala de redacción y más calle.