Publicado en El Comercio 01/12/2011
Un solo hombre carga el breve y blanco ataúd. El cuerpo que va dentro ya no pesa, el tiempo lo ha extinguido. Feliciano Huamaní lleva en hombros, 27 años después del homicidio, los últimos restos de Saturnino Huamaní Pineda, su padre. La noche del 16 de julio de 1984 una columna terrorista lo asesinó junto a otras 19 personas en la Municipalidad de Soras, al sureste de Huamanga. “Le destrozaron la cabeza con un hacha”.
Fotos: Comisedh
Él, que tenía entonces 23 años y vivía (vive) a varias horas de camino de Soras, llegó recién al día siguiente de la masacre. Llevaba una muda de ropa para enterrar a su padre, pero no hubo tiempo para eso; como a los demás, lo sepultó a escondidas, con el mismo pantalón negro, las ojotas desgastadas y la misma chompa azul ensangrentada. No hubo mayor ceremonia fúnebre, tampoco tiempo para llorar. Solo el miedo fue capaz de atenuar el dolor.
La noche de la masacre, don Saturnino no debía estar en Soras. Llegó desde Quije solo para recoger a su cuñada, que ese día regresaba de Lima en la empresa de transportes Cabanino y, mientras esperaba, se quedó en la casa de su amigo Gumercindo de la Cruz Alarcón, un ex licenciado del Ejército que junto a otros dirigentes de la comunidad se había organizado para enfrentar las incursiones senderistas. El bus, sin embargo, nunca llegó con los pasajeros.
La mañana de ese 16 de julio 40 terroristas secuestraron el ómnibus a la altura de Chipao, en Lucanas, y asesinaron a 15 pasajeros. Tomaron de rehén al chofer y continuaron su marcha mortal hacia Soras. De paso, en el anexo de Doce Corral asesinaron a 23 personas y desaparecieron a 3, en Chaupihuasi mataron a otras 21. Ya en Soras, sacaron a empujones de sus casas a 20 personas más, entre ellas, a Gumercindo de la Cruz, a su esposa y a su visitante de paso, Saturnino Huamaní.
Fotos: Comisedh
Veintisiete años después de la muerte de su padre, Feliciano Huamaní llora mientras lleva en hombros los restos que el Ministerio Público le entregó luego de analizarlo e identificarlo. Junto a él, los hijos y mujeres de otras 16 víctimas (faltan identificar otros 3 cuerpos) cargan entre sollozos los ataúdes blancos y pequeños, sin peso.
Antes de partir hacia Soras, donde fueron sepultados por segunda y última vez, el cortejo fúnebre recorrió las calles de Huamanga. “¿De dónde son?”, preguntaba la gente en las esquinas. No decían más. El porqué es redundante en Ayacucho.
EN PIE CONTRA SENDERO
Soras está a cuatro horas de Andahuaylas y a 10 de Huamanga. Llegar aquí supone un ejercicio de memoria del terror: se atraviesa las provincias de Cangallo y Víctor Fajardo, en cuyos distritos la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) registró una infinidad de actos de violencia. Poco ha cambiado desde entonces: los poblados salpicados a lo largo de la sinuosa y accidentada carretera ahora tienen luz, pero la pobreza todavía es latente.
En este lugar –de acuerdo con lo documentado por la Comisión de Derechos Humanos (Comisedh) e investigado por el Ministerio Público de Ayacucho– una columna de senderistas asesinó el 16 de julio de 1984 a más de 100 personas. ¿Qué desencadenó tal insania? La condena de los dirigentes de este distrito fue haberse organizado para enfrentarlos.
Esta historia de violencia comenzó el año anterior. El 23 de noviembre de 1983 una columna terrorista degolló a tres dirigentes en la plaza principal de Soras bajo la acusación de soplones. Lejos de intimidarse por la crueldad de los sucesos, los líderes de la comunidad se organizaron en rondas y se aliaron con los militares.
Cristóbal de la Cruz, hijo de Gumercindo de la Cruz y actual presidente de la asociación de víctimas de Soras, ya no llora (sus lágrimas se han agotado, dice su hija), sí recuerda: “Soras fue el primer pueblo que le puso un alto a Sendero. Nos constituimos en rondas con otras 24 comunidades y patrullábamos toda la puna, hasta Apurímac”. En varios casos, detuvieron a algunos sediciosos y los entregaron a los militares.
Foto: CAPS
Cristóbal de la Cruz, como varios de los familiares de las víctimas, asegura que quien dirigió la masacre de Soras fue un tal ‘José’ y que se trata de Víctor Quispe Palomino, actual cabecilla senderista en los valles de los ríos Apurímac y Ene (VRAE).
–¿Están seguros de que es él?
–¿Cómo vamos a olvidar esa cara? Lo vimos el año pasado en la televisión, está más viejo, pero es él, muchos lo reconocemos.
El largo proceso de judicialización
El año pasado la fiscalía de Ayacucho exhumó los restos de las víctimas de lo que se considera la mayor masacre senderista y hace una semana, luego de ser analizados e identificados por el laboratorio forense, los entregó a sus familiares para que fueran enterrados en Soras. Estas diligencias –explica Mario Zenitagoya, director de Comisedh en Ayacucho– forman parte de la investigación fiscal que busca identificar y denunciar a los autores de estos crímenes. “Se busca conocer la verdad y judicializar este proceso. Para eso es fundamental identificar adecuadamente los restos y determinar las causas de las muertes”, explica.
El pasado miércoles 23 los restos de 17 víctimas llegaron al cementerio de Soras para recibir la despedida que los años del terror impidieron. “Papi, tú me cargabas en tus hombros cuando era niña, y ahora soy yo la que te carga”, lloró la hija de Gumercindo de la Cruz. Tenía 6 años cuando asesinaron a sus padres. Por casi 30 años contuvo el llanto. “¿Por qué me quitaron a los dos?”, grita. Cinco personas tuvieron que sujetarla para que no se echara sobre la tumba.
Cerca de allí, algunos pobladores murmuraban: “Los mataron por apoyar a los militares”. Y a unos pasos, un deudo exigía: “Queremos que los cómplices que aún andan por acá se vayan de Soras, no los queremos”. Los años de la barbarie han dejado heridas abiertas en las comunidades afectadas por el terrorismo: hay vecinos que no se hablan, familias enfrentadas, odios heredados, pobladores expulsados. El duelo aún no ha cerrado su círculo.



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