martes, 19 de febrero de 2013

Un milagro en el Km 117

Puerto Maldonado, corredor minero.

A Nemesio Barrientos le tiemblan las piernas. Tiembla ahora que está parado en esta terraza construida con palos traídos del bosque y un amplio plástico azul que resiste sin espasmos la lluvia que ha comenzado a caer. Es la primera vez que recibe a tantos invitados, la mayoría extranjeros. "Estoy contento de que puedan conocer mi casa y el bosque que mi familia y yo hemos decidido cuidar". Nemesio busca las palabras exactas. Sus ojos parpadean y con sus dedos pulgares dibuja círculos infinitos. Su gesto esconde muchos otros: los del héroe que ha decidido rebelarse solo contra un destino que le prometía todo el oro del mundo.

"Yo vivo aquí, con mi esposa, mis 4 hijos y mis nietos. Por ellos es que cuidamos el bosque, para que cuando crezcan, lo conozcan". En este lugar, ubicado en el kilómetro 117,5 de la Carretera Interoceánica, a dos horas de Puerto Maldonado, se encuentra el último bosque que queda dentro del corredor minero.
El agricultor que hace 25 años llegó a Madre de Dios escapando de la pobreza de Apurímac ha levantado aquí el último bastión contra la fiebre del oro. La casa de Nemesio Barrientos es el fortín desde donde se protege un bosque de 30 hectáreas de su propiedad, un pedazo de Amazonía por el que él ha luchado hasta convertirlo en el Área de Conservación Privada San Juan Bautista. Si observáramos desde muy arriba, este espacio sería un breve oasis verde acorralado por la devastación que ha generado la minería ilegal.



Ni cinco kilos de oro
No hay heroicidad en el azar, sino en la elección. Y Nemesio eligió no ser minero, eligió vivir modestamente y conservar el bosque. Cinco kilos de oro no lo cegaron. "Mira, Nemesio, te vas a hacer rico, el oro te va a sacar de pobre", le dijeron un día y, desde entonces no han parado: "te damos cinco kilos de oro por todas tus tierras". Pero él, terco, "no", "no quiero". Como el héroe que se sobrepone a la circunstancia, Nemesio no cedió a esa realidad, creó otra. Rechazó la minería y conservó un paraíso de loros, papagayos, monos y ronsocos en medio de la destrucción.

Nemesio Barrientos es un resistente. Se ha rebelado al azar. Llegó, como muchos otros miles de apurimeños y cusqueños, buscando sobrevivir. Madre de Dios era entonces una región de bosques vírgenes. De la selva que él vio alrededor de lo que hoy es la carretera, no queda nada. Solo hay desierto y chacras.



"La amenaza de los mineros es diaria. Ya han ingresado en la propiedad de mi hijo". Desde el camino de entrada al área de conservación se ve, a un kilómetro de distancia, un campamento que abastece de alimentos e insumos a los mineros. "Cada vez se acercan más, no sabemos qué hacer", dice preocupado.
Una batalla solitaria
Nemesio Barrientos recibe siempre a sus visitantes con pacos fritos con yuca. Los coge de la piscigranja que ha construido a unos metros de su casa. Cultiva también yuca y otros alimentos. Cría algunas vacas y gallinas. "Lo necesario para vivir". Lo necesario.

¿Por qué un hombre que podría recibir cinco kilos de oro decide conservar el bosque? "Me da pena cómo los mineros destruyen todo. Cuando tiran el monte, no matan solo el árbol, matan todo lo que está arriba. Necesitamos apoyo para desarrollar programas de ecoturismo y turismo vivencial", responde .
Nemesio dice que desde que el Gobierno emitió los decretos para enfrentar la minería, nada ha mejorado, "todo está peor". La corrupción solo ha incrementado el precio de las cosas.


En esta lucha, el héroe está solo. Sobre el bosque que ha decidido conservar se encuentran superpuestos dos derechos mineros y teme que un día los mineros ingresen a la fuerza. Lo que pasa a su alrededor refuerza sus miedos. A lo largo de la carretera, la destrucción se repite todos los días, todas las noches: el bosque es arrasado, miles de toneladas de tierra son removidas, los cauces de los ríos desaparecen, prosperan los grifos ilegales, se inauguran nuevos burdeles y se multiplican las precarias viviendas con sus antenas satelitales.

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